Arabía Saudí comenzó el Año Nuevo liándola. Como un niño que saca pecho en el patio del colegio.
Por un lado, su gobierno anunció la muerte por crucifixión de 47 personas con condenas a muerte, entre ellos el clérigo chií Nimr al Nimr, de cincuenta años de edad, que llevaba en prisión desde 2012, cuando fue detenido por sus protestas contra el gobierno saudí, así como el de Bahrein, ambas monarquías de tendencia suní. Al Nimr protagonizó un conato de primavera árabe en la península arábiga, siempre intentando evitar la violencia, pero cuyas críticas escocían mucho al gobierno saudí que precipitó su detención acusado de buscar la "intromisión extranjera en el reino saudí".
Al Nimr, que era ayatolá, fue sentenciado a pena de muerte por crucifixión, lo que implica decapitación y exhibición pública de su cuerpo. La ejecución de la sentencia no hace más que avivar el fuego que separa y enfrenta al mundo suní y chií en diversos conflictos latentes ya en Medio Oriente entre ambas facciones del Islam.
Logicamente la respuesta chií no se hizo esperar y al conocerse la noticia una multitud de iraníes asaltaron y quemaron la embajada de Arabia Saudí en Teherán como colofón de la indignación por la ejecución. Sin embargo hubo manifestaciones y protestas por la ejecución en todos los países y zonas de tendencia chií como el propio Irán, Irak, Bahrein, Pakistán y Cachemira; especialmente violenta la represión contra las protestas en la provincia de Qatif, en el interior del propio Arabía Saudí.
Tras ello, las piezas en un efecto dominó caen una tras otra: Arabía Saudí rompe relaciones con Irán y este país hace lo propio con los funcionarios saudíes; el conflicto interconfesional amenaza las economías mundiales en esta red financiera llamada globalización ya que estamos en un conflicto entre dos pesos pesados del petróleo y no hay duda de que las cosas no serán mejores en este recién inaugurado 2016.
Por un lado, su gobierno anunció la muerte por crucifixión de 47 personas con condenas a muerte, entre ellos el clérigo chií Nimr al Nimr, de cincuenta años de edad, que llevaba en prisión desde 2012, cuando fue detenido por sus protestas contra el gobierno saudí, así como el de Bahrein, ambas monarquías de tendencia suní. Al Nimr protagonizó un conato de primavera árabe en la península arábiga, siempre intentando evitar la violencia, pero cuyas críticas escocían mucho al gobierno saudí que precipitó su detención acusado de buscar la "intromisión extranjera en el reino saudí".
Al Nimr, que era ayatolá, fue sentenciado a pena de muerte por crucifixión, lo que implica decapitación y exhibición pública de su cuerpo. La ejecución de la sentencia no hace más que avivar el fuego que separa y enfrenta al mundo suní y chií en diversos conflictos latentes ya en Medio Oriente entre ambas facciones del Islam.
Logicamente la respuesta chií no se hizo esperar y al conocerse la noticia una multitud de iraníes asaltaron y quemaron la embajada de Arabia Saudí en Teherán como colofón de la indignación por la ejecución. Sin embargo hubo manifestaciones y protestas por la ejecución en todos los países y zonas de tendencia chií como el propio Irán, Irak, Bahrein, Pakistán y Cachemira; especialmente violenta la represión contra las protestas en la provincia de Qatif, en el interior del propio Arabía Saudí.
Tras ello, las piezas en un efecto dominó caen una tras otra: Arabía Saudí rompe relaciones con Irán y este país hace lo propio con los funcionarios saudíes; el conflicto interconfesional amenaza las economías mundiales en esta red financiera llamada globalización ya que estamos en un conflicto entre dos pesos pesados del petróleo y no hay duda de que las cosas no serán mejores en este recién inaugurado 2016.
Lejos de apaciguar los ánimos y por otro lado, Arabía Saudí, pone fin al frágil alto el fuego firmado en diciembre pasado con los rebeldes hutíes de Yemen, curiosamente de confesión chií, ya que los saudíes apoyan al depuesto presidente yemení, Hadi, títere que ellos manejan a su antojo. La excusa ha sido que los rebeldes "han entorpecido el suministro de ayuda humanitaria al pueblo yemení"; haciendo gala de una hipocresía supina, cuando ellos, los saudíes y sus aliados, han estado machacando con su aviación objetivos civiles en Saná, incluyendo el centro histórico de la ciudad, declarado por la ONU de interés histórico. Obviamente, los rebeldes han respondido con el lanzamiento de un misil balístico sobre la ciudad saudí de Abha.
Es curioso ver la progresión de la política exterior de Arabía Saudí a lo largo de 2015 que comenzó el año con la muerte del rey y la entronización de Salmán Bin Abdelaziz, que puso a su hijo Mohamed Bin Salman como ministro de Defensa y a su primo Mohamed Bin Nayef como ministro de Interior, dándole carta blanca en seguridad. A partir de ese momento y visto el paulatino desinterés estadounidense en la zona (que merma exageradamente su prepuesto de Defensa), su aliado y hermano en Medio Oriente durante todo este tiempo, Arabía Saudí, pasa a encabezar y protagonizar la política de esa fracción del mundo. Es Arabía Saudí quién es señalado con el dedo como principal financiador de Daesh, promoviendo así el anti-chiismo; es uno de los principales actores en el mercado pretolífero en continua pugna con Irán; la dinastia Al Saud gobierna con mano de hierro su país y extiende sus tentáculos en sus países vecinos, caso del conflicto de Yemen o la intervención de Bahrein en 2011; constante colaborador de los intereses judíos en la zona, cuyos servicios secretos están en permanente conexión (de hecho originariamente el fundador de la dinastía Al Saud tenía raíces hebreas); será inevitable mirar las continuas noticias que a lo largo de este año nos llegarán de esa zona del mundo.....
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