Muchos de los estados nacionales europeos son una ficción. Hay muy pocos
que en su interior no tengan, o hayan tenido, un conflicto latente,
pequeño o grande con una minoría nacional, lingüística o cultural. (…)
El liberalismo, como ideología, se proponía, por lo me-nos teóricamente,
superar los estados imperiales y pasar luego a los estados
«nacionales», pero los resultados, en muchos aspectos, no han sido un
éxito, sino un desastre para muchas comunidades obligadas a adoptar
forzosamente la identidad de sus vecinos más poderosos o, simplemente,
más numerosos. El viejo sistema imperial, como Estado (con mayúsculas)
patrimonial, consideraba la diversidad de comunidades nacionales un
elemento de normalidad, aunque las unas fuesen hegemónicas sobre las
otras. Los nuevos Estados «nacionales» de mediados y finales del siglo
XVIII y de los siglos XIX y XX y principios del XXI, por imperativos de
su misma esencia, quisieron imponer una única identidad posible y una
única lengua provocando genocidios culturales –y a veces no sólo
culturales– generalizados. El jacobinismo de la Revolución Francesa no
hizo más que agudizar el problema. (…) En las páginas que siguen voy a
tratar de describir lo que, a mi juicio, son los errores europeos,
remontándonos en el tiempo lo que sea necesario. (…) Finalmente, y sobre
todo, voy a proponer lo que considero la Alternativa al Caos a
que estamos abocados. No será una visión optativa del porvenir. (…) La
solución apunta a la Convención de Charlottenburg, en 1944, (…) en la
que se delimitó, incluso cartográficamente, la Europa de las patrias
carnales, la Europa Real. La única Europa posible.
Disponible en https://editorialeas.com
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